Ingeniero de Minas en www.miguelgallardo.es
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Viejo (interrumpiendo con vehemencia): Me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una palabra verde, jugosa. Mana sin cesar hilitos de agua fría.
Así que pasen cinco años de Federico García Lorca, Acto I

¿Por qué soy ingeniero de minas? Y cómo he llegado a arrepentirme de ello, soñando y soñando con que soñaba.

Para empezar, debo de reconocer que estuve muy mal aconsejado, y que fui un insensato. En 1980, en plena juventud ilusa, yo no podía imaginarme todas las frustraciones, limitaciones y renuncias que me esperaban en la Escuela de Minas de la calle Ríos Rosas. Mi abuela aprovechó mi indiferencia de adolescente incomprendido para llevar el ascua a su sardina haciéndome creer que esa carrera me haría triunfar en no se sabe qué. Posiblemente mi abuela conociera a algún ingeniero de minas respetable, pero seguro que murió hace ya muchos años. Yo tenía nota de selectividad suficiente como para haber elegido otras carreras, pero ahora creo me equivoqué tan gravemente, un poco por pereza peatonal (prefería ir andando 40 minutos a Ríos Rosas en lugar de coger 2 autobuses hasta la Ciudad Universitaria)  y otro poco por inmadurez y desconocimiento (no tenía información ni alternativas más rentables, o más vocacionales, por aquel entonces).

La carrera, en mi enciclopédica ignorancia, me parecía casi mitológica y al mismo tiempo, muy ambiciosa. Por una parte, Hércules e Ícaro (el que se acercó demasiado al Sol) y otros semidioses debían haber estudiado minas, o algo así, y por otra, algunos falsos profetas interesados en captar alumnos me engatusaron muy hábilmente con la especialidad energética de la Escuela de Minas en una época en la que se soñaba con el oro negro, la energía nuclear, solar, eólica, la metalurgia y la metalotécnia, la minería marina y tantas otras cosas en las que esos señores tan serios de las estatuas que hay a la puerta de la Escuela parecían ser las máximas autoridades. Pero lo cierto es que la titulación de ingeniero de minas está, desde hace tiempo, en una especie de hoguera de las vanidades, bastante maldita, y que muchos ingenieros de minas tenemos de por vida pesadillas horribles en las que nos falta una maldita asignatura, o el condenado proyecto, o un sello, o una firma en el inútil título pero con demasiada frecuencia soñamos atormentados con que nos falta algo a los ingenieros de minas. La interpretación de los sueños de Freud, que leí intentando comprender este síndrome, no se aproxima, ni de lejos, a la terrible vivencia onírica que supone ser ingeniero de minas, pero como decía Freud, hacer memoria sobre lo pasado puede ayudar a que algunos fantasmas del subconsciente desaparezcan, y aquí me propongo matar electrónicamente a más de uno. Si algún fantasma quiere querellarse, o demandarme, tendremos que comparar sus sueños con mis pesadillas, y al revés también, porque creo, muy en serio, que, cuando dormimos, se hace mucha Justicia. Puede ser que, por ese onírico motivo, algunos juicios sean para dormirse, más que para ninguna otra cosa, y que al final yo disfrute mucho en mis próximos sueños con las pesadillas de ciertos profesores, indignos de serlo.

En primer curso tuve un magnífico profesor de Álgebra, llamado Eduardo Aguinaga, que era la austeridad militar personificada. Aguinaga evitaba espartanamente cualquier tema que no viniera en el programa de la asignatura, que a mi modo de ver dominaba el sentido y la referencia matemática con el preciso y precioso estilo de la conceptografía del grandioso lógico-matemático y finísimo filósofo del lenguaje, Friedrich Ludwig Gottlob Frege, pulido y sobrio como ninguno, al que descubrí apasionadamente mucho después de que Aguinaga hubiera fallecido. Todavía recuerdo cómo Aguinaga me hizo ver, aunque sólo fuera por breves instantes, el lugar geométrico de los puntos impropios de las rectas isótropas, es decir, un lugar geométrico en el infinito en el que acaban las rectas que son perpendiculares a sí mismas. Casi podía tocar ese alucinante lugar geométrico en mis sueños. Cuando me corrigió el primer examen, el gran Aguinaga, en un despiste de lo más cruel, ignoró por completo mi contestación a una pregunta, que cuando le protesté me reconoció que estaba perfecta con una risita tan maliciosa y canalla, que consiguió que, en la seguridad de que ese hombre era un genio tan insensible como despistado, yo no le tuviera en cuenta tan seria faena que provisionalmente había convertido en un suspenso mi primer notable universitario. Debo reconocer que en aquellos años aprendí a pensar, con la claridad inspirada por Aguinaga, en sujetos, objetos, relaciones y normas, como nunca antes lo había hecho y como tenía acceso a muchos libros de Matemáticas editados por MIR en la antigua Unión Soviética, pude comprobar que lo que Aguinaga decía durante horas sin mirar un papel estaba en algún lugar de la Enciclopedia de las Matemáticas de la Academia de Ciencias, probablemente con mucha menos claridad de ideas. Pero en la misma asignatura también había dos tostones, de estilos muy diferentes, que eran Manuel Hervás (no merece ni un solo calificativo mío pero invito a que opine de él cuanto quiera todo el que le conozca personalmente) y Francisco Michavila Pitarch a quien, al terminar una de sus abrumadoras clases de topología, yo tuve la insensata osadía de acercarme para corregirle su teorema 3.3.1. Si (E,d) es un espacio métrico, (sic) completo toda contracción f definida sobre él admite un punto fijo y solo uno como una de las aplicaciones lipschitcianas, en la página 77 con el fallo de la demostración en la página 78 de su terrible libro de Espacios Métricos. Espacios Vectoriales. Normados, en el que él consideró sólo como una errata el haber ignorado que al multiplicar por un número negativo, porque todos los logaritmos de números comprendidos entre 0 y 1 lo son, los dos términos de una inecuación, se debe cambiar el sentido de ésta. Creo que todavía no me ha perdonado mi intrépida corrección, y yo he acabado por descubrir que a sus enemigos les va muy bien, y a sus amigos muy mal, así que recomiendo no intentar hacer amistad alguna con Paco Michavilla. Además de que no la merece, Michavila resulta muy poco recomendable para la salud, la economía y la reputación, aunque por no sé que extraña razón sigue siendo considerado como una vaca sagrada de la pedagogía. El denominado "informe Michavila" que tanto parece haber impresionado a la Ministra Cabrera, no se lo cree ni él, y menos aún se puede creer su decálogo de la buena universidad, o sus pontificaciones desde una Cátedra UNESCO que nada tienen que ver con lo que hace y manda hacer, pero nadie tiene nunca ni tribuna, ni oportunidad para evidenciarlo públicamente. Y sin embargo, no hay nada, absolutamente nada, de mi añorado profesor Eduardo Aguinaga, se busque como se busque en Internet. ¡Tanta fama para los malos, y tan poca historiografía para los buenos!

La cara B del disco de las Matemáticas de primero de minas era la asignatura de Cálculo, en la que entrañable Catedrático Juan Manuel Estefanía, que tenía el innegable mérito de dar más de 20 horas de clase cada semana (algo increíble, entonces y ahora, para cualquier Catedrático de Universidad), con sus fosilizados elementos de análisis matemático, y sus interminables series polinómicas o trigonométricas, nos aburría con agotadores ejercicios en los que había que operar grandísimos chorizos que no cabían en las pizarras. Sus exámenes, sin exagerar, podían durar más de 6 horas, operando sin descanso, para integrar cocientes de polinomios en los que había que hacer sustituciones trigonométricas (lo de la tangente de x medios igual a t no se me olvidará ni en las fases terminales de mi futuro Alzheimer), resolver grandes sistemas de ecuaciones, y hacer algunos trucos casi mágicos por imposibles de concebir a la primera, para despejar docenas de variables y que al final quedase algo parecido a "pi medios". Luis Sánchez Cano con sus problemáticas cartulinas, y Francisco Crespo del Castillo, con su impresionante vozarrón, nos acomplejaban al hacer, como parecía que ambos llevaban haciendo cada año desde el principio de los tiempos mineros, el mismo ejercicio de cálculo agotador, con tal naturalidad, que a mí me dejaban toda la tarde con la boca abierta mientras me preguntaba cómo rayos se te puede ocurrir una operación que te convierte, en un solo paso, a toda la cordillera del Himalaya en un yo-yo con lucecitas. Pero con una dieta de alpinista, y la concentración de un campeón de ajedrez, después de suspender con un 20 sobre 60 el primer ejercicio, y contra todo pronóstico, yo conseguí clavar el segundo ejercicio obteniendo 51 de los 60 puntos que nunca llegaron a dar a nadie, que yo sepa, y me demostré a mí mismo que si yo quería, yo podía, al menos, hacer los cálculos más absurdos, agotadores, engorrosos, enrevesados e inútiles que he visto en mi vida. Al año siguiente tuve mi primera experiencia matemática en informática personal con un primitivo APPLE II e inmediatamente dejé de tomarme en serio a todo el departamento de Matemáticas de la Escuela de Minas, con Aguinaga como única excepción. Lo malo es que, muchos años después, los doctores profesores indignos herederos de Aguinaga, negándome cualquier posibilidad de defender allí mi tesis doctoral, se vengaron como lo que son, porque son lo que son, y no dejan de ser lo que son. El Departamento de Matemática Aplicada y Métodos Informáticos es el más népota que jamás he conocido, pero he tenido que pagar un altísimo precio comprobándolo por mí mismo, porque antes debía haber prestado más atención a los avisos y consejos que me daban los que ya conocían mejor que yo a Michavila, Julián Alonso, Ultano Kindelán, Santiago De Vicente, Patxi Elorza, Carlos Conde Lázaro y algún otro grandísimo ignorante sobrevalorado, y népota entre los népotas. Saben que sé que ellos no pueden negar haberse comportado como cerdos canallas, y ojalá que otros aspirantes a doctores, o cualquiera que pueda caer en sus garras académicas, les descubra antes de que les pase lo que a mí. Para no parecer tan tonto, debo decir en mi descargo que cuando inicié mi tesis doctoral allí, tres de esos angelitos estaban en comisión de servicio en otras universidades, y al principio todo eran parabienes con ánimos estimulantes para mi proyecto de tesis.

En QUÍMICA, otra asignatura de primer tuve ocasión de conocer a un histrión colosal, o un poco colosalito, llamado Belarmino Rodríguez Argüelles, que se pasaba las clases contando increíbles batallitas de su empresa, BUTANO (sí, sí, la que por entonces tenía el monopolio de las bombonas de gas doméstico), para demostrarse a sí mismo que era muy listo haciéndonos pasar a todos por tontos. No voy a dejar de llamarle histrión acomplejado, por motivos que son evidentes para todo el que le haya visto alguna vez de pie junto a una bombona pintada de minio, salvo que consiga una condena judicial firme que me lo impida. Me dejó para septiembre, creo que muy injustamente, porque había clavado los problemas, y me había estudiado bien la teoría, pero sus preguntas eran rebuscadas y maliciosas, y su corrección burlonamente sofista, como si quisiera suspendernos, hiciéramos lo que hiciéramos. Lo mejor de esa asignatura fue que, a diferencia de otras de las que he tirado a la basura árboles enteros convertidos en fotocopias inservibles, todavía guardo el libro de Química General de Linus Pauling, y en alguna ocasión, me ha sido más que útil, profesionalmente.

Los de FÍSICA iban de místicos. La cara, los rasgos, gestos y expresiones, y la manera de hablar y posar de Miguel Balbás Antón siempre deja la puerta abierta al enigma. Cuando todo es posible, nada es real. Yo no sé si son reales o no los de FÍSICA. No es lo único que no sé, pero sí que sé yo que no sé lo que son los de FÍSICA de la Escuela de Minas. Y no es Metafísica, no, porque sinceramente creo que el Dasein de Heidegger está fuera de su alcance. Prefiero no dar más nombres, ni de físicos, ni de metafísicos, porque les veo capaces de hacer conjuros, hechizos, levitaciones, viajes astrales y voodoo.

Para terminar con las asignaturas del primer curso debo recordar el Dibujo y los Sistemas de Representación, que junto a la Geometría Descriptiva de segundo, aparecen en mi memoria como ilusiones imaginarias, aunque impartidas de manera muy desagradable. Un profesor llamado Blázquez, del cuyo nombre de pila nunca tuve noticia, era el Catedrático y macho alfa-dominante del departamento, y tenía el tono más dictatorial, fascistoide, amenazante y coactivo que he escuchado nunca en ninguna clase, y eso que ya he conocido como profesor o alumno más de una docena de universidades y puede que más de mil profesores. Supongo que Blázquez antes tuvo muy malas experiencias como alumno en la misma Escuela de Minas, y que por sus traumas psicóticos proyectaba sobre nosotros las formas y los modos que él mismo sufrió allí mismo alguna vez. A mí me trató verbalmente muy mal, pero académicamente muy bien. Entre una larguísima serie de suspensos en uno de sus más difíciles exámenes de Geometría, me puso un 9 sobre 10 que hizo que me sintiera aliviado porque por muy bien que hubiera hecho un examen, no sólo temía el suspenso, sino que estaba convencido que Blázquez me podía condenar a penas de cárcel y al fuego eterno si se acercaba lo suficiente a mí. Pero mis pesadillas con Blázquez hicieron que siempre mantuviera la distancia con él, y nunca me atreví a preguntarle nada de nada a pesar de que la Geometría siempre me ha fascinado y aprecio en lo que vale la frase que figuraba encima de la puerta de la Academia de Platón “No entre aquí quien no sepa geometría”.  Ahora, lamentablemente, casi no se enseña ni en la Escuela de Minas, ni en casi ningún otro lugar. Tal vez Blázquez aterró a todos los buenos candidatos a profesor de Geometría, y Michavila, como buen népota de caducada ilustración, se cargó la asignatura de Geometría Descriptiva para tener más horas docentes, plazas de profesores y mayor poder nepotista bajo su mando.

Lo que tampoco podré olvidar es la sacada de clase a petardazos por Santa Bárbara, en el primer curso. Yo venía del Ramiro de Maeztu, en el que la Demencia era algo legendario (fui de la promoción de COU del Ramiro que fue disuelta por la policía cuando llevaba a hombros a un compañero fabulosamente vestido y caracterizado de Ayatolá Jomeini hacia la embajada de los EEUU en el momento más tenso de la crisis de los rehenes, he hecho y dicho casi de todo en el Magariños y me he bañado como un loco en la Fuente de los Delfines de la Repúbica Argentina para celebrar el fin de curso), pero la espectacular sacada a petardazo limpio de Santa Bárbara de 1980 me dejó profundamente impresionado. No sólo era un estruendoso ejercicio de rebeldía y provocación, sino que había algo de psicodrama. Estefanía estuvo al borde de un infarto, y a Michavila se le veía realmente cabreado (lo que no hacía sino aumentar el espectáculo). A mí no me gustan nada los petardos, y desde que vi a un amiguito con una quemadura espantosa, cuando yo tenía menos de 10 años, nunca he tirado ninguno. Pero debo de confesar que disfruté de lo lindo viendo las barbaridades de aquella primera Santa Bárbara que viví en la Escuela de Minas. Las siguientes estuvieron descafeinadas y Michavila acabó diluyéndolas en la nada al poner las prácticas de residencia en empresas de los alumnos mayores, precisamente, en esa semana en la que casi cualquier cosa parecía posible.

El segundo curso fue un auténtico horror. Y empezaron los suspensos y alguna repetición de asignaturas para no dormir. Incluso con dos eminencias, que todos sabemos que lo eran dentro y fuera de la Escuela de Minas, como José María Montes Villalón en Química-Física y José Luis Díaz Fernández en Mecánica Racional, las clases se hacían insoportables. No me gustó casi nada de lo que se me enseñó en segundo curso, y a muy pocas cosas les he encontrado alguna utilidad práctica. Hubiera debido de cambiarme a cualquier otra ingeniería, porque ya estaba percibiendo el nepotismo y también el grandísimo coñazo sin salidas de casi todo lo que me esperaba en la Escuela. Me desmotivé, y eso se notó pronto en las calificaciones. La carrera se convirtió en una prueba de resistencia y la Escuela de Minas empezó a olerme mal, o al menos, eso es lo que recuerdo del deprimente segundo curso (las comidas de Frutos eran espantosas y los bocadillos de salchichas asquerositos, pero costaban poco y teníamos prácticas de laboratorio desde las 15:00 así que como en algún lado había que comer y mi presupuesto era muy pobre, me nutrí como pude allí durante algún tiempo). Aprendí a reprimir mis opiniones, y pocos profesores de aquellas asignaturas pueden imaginarse lo que yo íntimamente pensaba de ellos, de sus asignaturas, y de su escasísima capacidad para conectar conmigo. La única excepción seguía siendo Aguinaga en Ampliación de Matemáticas, al que por segundo año seguía considerando como un personaje mítico, y yo ya sabía que más de veinte años después me seguiría considerando afortunado por haber sido su alumno. Lo malo es que, en pleno invierno de aquel año, ETA puso una bomba en el edificio de Telefónica que rompió bastantes cristales de las ventanas donde Aguinaga, imperturbable, seguía dándonos clases y clases de ampliaciones de Matemáticas, desde las ocho en punto de la mañana, con un frío polar. Aguinaga merece un monumento por ello, pero nosotros, también.

Como todo lo demás me resultaba gris, triste y deprimente, acabé por jugar con la ley del mínimo esfuerzo, tratando de reservar mi tiempo y energía para traducir, escribir, o soñar, sobre todo, soñar con ordenadores que empezaban a fascinarme, o con viajes, porque la vida en la Escuela empezó a ser realmente desagradable para mí, y lo peor es que había multitud de laboratorios, horarios muy intensos, y contenidos nada interesantes. El tercero y los siguientes cursos fueron todo un gazpacho de asignaturas con temas fosilizados mezclados con otros efervescentes, como si estuvieran hechos de espuma sucia de la cabeza sucia de cada profesor, que siempre me parecía sucio, jugando suciamente a un juego sucio. Michavila había conseguido que entráramos por su plan del 83 adaptando horarios, aulas y grupos de manera que nos pasábamos el día corriendo y cambiando de contexto para hacer todo tipo de ampliaciones y seminarios en sus exóticas asignaturas, y también teníamos que pasar por los aros más clásicos de la mecánica de fluidos, teoría de sistemas y circuitos, estadística aplicada y métodos cuantitativos de gestión, geología, mineralogía (con unas excursiones y unos trabajitos que ya entonces definían bien definen a Benjamín Calvo Pérez, actual subdirector, y a Maite González Aguado haciéndome temer lo peor de sus recientes incorporaciones gemológicas y esperar nada, absolutamente nada, de la actual defensora del universitario), economía con algo de legislación (Roberto Centeno fusilaba el clásico texto de Samuelson mientras movía grandes petroleros con los más importantes capitales del país, y en la misma asignatura un personaje desconocido nos contaba cosas alucinantes de la legislación minera) y luego en cuarto algo de electrónica y automática (Angel Vega era bastante bueno pero tan distante como insensible, Carlos Fernández Ramón, más ejecutivo soberbio e intratable hasta el punto de ser afiladamente ofensivo e hiriente, Ramón Mañana genialoide algo iluminado y laureado pintor sin muchos escrúpulos y Celestino González Gallego, todo un pirata-hacker electrocutante, en el mejor y peor sentido, que falleció muy joven, pero como me ocurrió con varios profesores más, me equivoqué al intentar hacer méritos con una patente de invención que me ilusionó durante años, y hemos preferido ignorarnos pero yo dudo mucho que el LOEMCO, el LOM o Laboratorio Oficial Madariaga, con su laboratorio de electrotecnia y sus más que rentables historietas para atmósferas potencialmente explosivas, una cosa extraña llamada AITEMIN y otra más extraña aún llamada Fundación Gómez Pardo hubieran resistido un análisis contable ni una mirada con un poquito de Ética), Resistencia de Materiales, Elasticidad y Construcción (Llamazares, Molina y Crespo eran como mosqueteros que no dejaban nada para ninguno más), Tecnología Mecánica (Carrasco era la ironía socarrona y sarcástica personificada y Targhuetta me pareció un dandy inglés decimonónico y delirante), pero entre todas las pesadillas de aquella época, las peores de todas eran las de la asignatura de Motores y Generadores Térmicos, en la que tanto González-Baylin padre como González-Baylin, inspirados en unos libros con cubierta de cartulina azul celeste, invadieron mi mente con absurdas memorizaciones de esquemas anteriores a la primera guerra mundial de los que sólo saqué un horroroso entrenamiento mnemotécnico. De otras asignaturas, como Tecnología de Combustibles y Transmisión de Calor, Refino, Organización y Dirección de Empresas, Laboreo de Minas, Metalurgia y Metalotecnia, varias perspectivas de la minería y la industria nuclear (sólo recuerdo bien que en el mismo año en el que nos contaban historias radiactivas, ocurrió el desastre de Chernobil y que al profesor de Energía Nuclear, Suárez Feito, daba pena verle porque era tan evidente que había recibido más radiaciones de las soportables, que se le notaba la calavera especialmente mientras el insensato tocaba con las manos el peligrosísimo yellow cake en una horripilante excursión que hicimos a las minas de ENUSA en Juzbado), Centrales y Redes Eléctricas (impartida por el padre de la actual Ministra de Educación)  recuerdo poco más que el nombre y la certeza de que, a pesar de aprobarlas, me habían dejado totalmente indiferente.

Pocos son los profesores de minas cuyas ideas me han acompañado fuera de sus clases y exámenes. Un locuaz y ocurrente Fernando Pla incapaz de callarse ni debajo del agua, pero genial resumiendo en una afilada frase muchos complejos conflictos de intereses, Raúl Ezama, tan protocolario como el más artificial de los diplomáticos de carrera, al que recuerdo más por alguna de sus intervenciones en los debates de "los jueves de minas" que por lo que me contaba del carbón, el petróleo y el gas y sobre todo, por un episodio de finísimo esgrima verbal con Francisco Crespo. Informalmente, los profesores se atizaban de lo lindo, y ése era uno de los mejores espectáculos que podía presenciar un alumno tan decepcionado como ya lo estaba yo desde segundo curso. También recuerdo una curiosa forma que propuso Michavila para enjuiciar a los profesores, especialmente a los que estaban en contra de sus teorías y metodologías. La clave estaba en que sus amigos estaban preparadísimos, y sus enemigos se encontraban por sorpresa con todos los alumnos cabreadísimos haciéndoles comentarios tan crueles como inútiles. Sí, recuerdo varias encerronas con insultos muy graves hábilmente provocados por el entonces jefe de estudios. Mucho más graves que nada que yo pueda recordar, aquí y ahora.

La memoria, la reminiscencia y la evocación forman un fenómeno realmente curioso. Soy capaz de recitar algunas cosas que Aguinaga grabó en mi mente al principio de mi carrera, como es el singular e inolvidable caso de la recta impropia que nunca dejaré de ver con toda claridad un maravilloso lugar geométrico en el que acaban las rectas que son perpendiculares a sí mismas,  y sin embargo, por mucho que se me pagase (si es que hay algún loco dispuesto a pagar por algo así), no podría recordar casi nada de los programas de las asignaturas de los últimos cursos. Ni creo que me haga falta para nada nunca, afortunadamente. Algunas cosas mal enseñadas es mejor aprenderlas de nuevo desde el principio, y eso he hecho cuando lo he necesitado.

Lo que más me decepcionó es lo que se nos enseñó como informática en un Digital VAX que ya estaba obsoleto cuando se instaló en lo que se llamaba pomposamente el Centro de Cálculo, porque evidenciaba el humillante engaño académico y económico del que éramos víctimas los estudiantes de aquella triste época de la Escuela de Minas, bajo la dirección de Emilio Llorente al que luego sucedió Michavila que la dirigió sin oposición hasta que yo, por fin, terminé de una vez, y él se fue de Rector a la Universidad Jaume I de Castellón. Y a Michavila le sucedió Mansilla (colorado, muy colorado, pero nada más que colorado con más nepotismo empeorado con algunos barnices ideológicos algo sectarios, poca categoría, y muy malas formas que recuerdo de él en un ascensor) y actualmente hace como que la dirige Alfonso Maldonado Zamora, todo un artista del camuflaje, el escaqueo y la misdirection, y es que Alfonso Maldonado es tan gran artista escénico que puede conseguir que la Escuela de Minas desaparezca definitivamente, al menos, tal y como yo la conocí. Ha hecho demasiadas concesiones de todo tipo para parir con forceps la desarraigada titulación de ingeniero geólogo, pero lo cierto es que con ello se ha perdido la poca dignidad que nos quedaba, si es que alguna vez realmente tuvimos alguna, como colectivo profesional.

Lo mejor de todos los años que pasé estudiando fue en el sexto curso, pero no ocurrió en la Escuela, sino en el viaje Fin de Carrera a Brasil, donde, después de aterrizar en Río de Janeiro para descubrir que la vida tiene otros colores y olores inimaginables, recorrimos miles de kilómetros por Minas Gerais, vimos las cataratas de Iguazú, nos engañaron con falsificaciones y productos de mala calidad en Puerto Stroessner, ahora Ciudad del Este en el Paraguay, y volvimos a Río donde pasamos una semana en la que algunos probamos la dieta del cucurucho hasta quedar desnatados. El contraste entre vegetar en Escuela y disfrutar Río de Janeiro, lo confieso, me hizo entender alguna de las motivaciones del famoso Dioni, unos años después. Antes, la Escuela me había asignado unas curiosas prácticas de Residencia en Petronor pasando un par de semanas en la refinería de Somorrostro y viviendo en Bilbao, luego en Hidroeléctrica (ahora Iberdrola) en San Agustín de Guadalix, y finalmente, en la ingeniería Sereland. Trabajé muy poco en Hidroeléctrica porque pasaron olímpicamente de mi divertidísimo compañero con el que sí que curré de lo lindo en Petronor y Sereland, porque se me fijaron objetivos claros que conseguí, y pasados ya más de 20 años, todavía podría explicar lo que hice en esas prácticas. Sinceramente creo que fui muy rentable como becario o alumno en prácticas para Sereland y Petronor, pero el viaje Fin de Carrera, patrocinado por una muy generosa, puede que sospechosamente generosa, empresa hispanobrasileña, fue inolvidable, porque juntos muchos pardillos casi ingenieros vimos por primera vez lo grande que era el mundo, y lo pequeña que era la Escuela en la que habíamos pasado demasiados años de aburrimiento y resignación. Y además, algunos pecamos en Brasil como auténticos desahuciados condenados a muerte, resistiendo todo, absolutamente todo, menos las inenarrables tentaciones cariocas.

Poco después de terminar la carrera, un compañero me confesó algo tremendo. Durante los últimos años de nuestra cada vez más soporífera carrera de minas, él había bordado los exámenes porque en la Fundación Gómez Pardo, los residentes se habían organizado óptimamente para sobornar al individuo, un auténtico delincuente desde cualquier punto de vista que no sea el de sus clientes, que hacía por encargo de los profesores y vendía sin permiso de nadie a sus alumnos, las fotocopias con las preguntas y los problemas de los exámenes de muchas asignaturas, repartiéndose entre los que residían en la Gómez Pardo y con alguno de sus amigos, los costes y los beneficios de tan valiosa anticipación. Yo ya tenía desde hacía varios años algunas sospechas, sobretodo cuando, en un examen muy enrevesado, concretamente de Siderurgia, en el que había que meditar para tomar varias decisiones operativas, le había visto empezar a escribir demasiado pronto y no parecía tener la más mínima duda. Yo mismo se lo conté al director de entonces, Michavila, incluso llevándole un borrador de escrito dirigido al Rector que, al haber visto cómo Michavila lo había leído palabra por palabra, yo rompí allí mismo delante suya, y él ya no hizo el más mínimo comentario. Yo ya había terminado la carrera y mis preocupaciones de entonces eran principalmente laborales, nada menos que en Australia, en donde pensaba viajar con permiso de trabajo ya concedido por la embajada en Madrid, pero necesitaba la certificación de mis asignaturas, así que una vez informado Michavila, preferí no remover tampoco otros pedazos de la misma mierda que ya conocía desde que mi compañero Ultano Kindelán me dijo en segundo curso, con toda naturalidad, que su padre, presidente de ENRESA y luego del Consejo de Seguridad Nuclear, había estado hablando con José Luis Díaz Fernández de por dónde iban a ir las preguntas del examen de Mecánica (cosa que me extraño muchísimo porque a ese profesor en la Escuela se le llamaba "Dios" y tenía una fama de ser estricto entre los estrictos, así que puede ser un farol pero Ultano lo dijo abiertamente como si fuera algo que su padre hiciera con frecuencia). Por cierto, Ultano Kindelán es profesor en mismo departamento de Michavilla, y fue un desalmado verdugo de mi tesis doctoral. No se puede hacer más daño a quien ha trabajado muchos años para presentar una tesis. Lo que peor llevo es que tanto Michavila, como Kindelán y otros angelitos como Santiago de Vicente, Julián Alonso, Patxi Elorza o el actual vicerrector Carlos Conde Lázaro, vayan dando lecciones de Ética, sin ver el nepotismo y el favoritismo sectario en el que están comprometidos. Son causa perdida. Sé que la denuncia de que se haya copiado en muchos exámenes de la Escuela de Minas es muy grave, pero estoy decidido a mantenerla durante el resto de mi vida, haciendo frente a quien niegue que Michavila lo sabía, y es evidente que no hizo lo que debía de haber hecho, primero como Jefe de Estudios, y luego como Director. Yo no digo que todos los que tenían esas fotocopias no hubieran aprobado, quizá mejor que yo, pero sí que puedo asegurar que sus notas no hubieran sido las mismas. Tampoco digo que Ultano Kindelán sea un mal profesor (nunca le he visto dar clase de nada ni tampoco tengo ya especial interés por nada que él pueda pretender enseñar), pero sí que sé que de no haberse comportado como un auténtico cerdo, yo podría ser doctor hace varios años, y probablemente en la Universidad Politécnica de Madrid nunca lo sea por su culpa, o por la de sus amigos, familiares, maestros y protectores. Sinceramente, a Ultano Kindelán, Santiago de Vicente Cuenca, Patxi o Javier Elorza Tenreiro, Manuel Hervás Maldonado, Ángel Fidalgo Blanco, Arturo Hidalgo López, Alfredo López Benito, Félix Míguez Marín, Carlos Paredes Bartolomé, Julián Alonso Martínez, Carlos Conde Lázaro y Francisco Michavila (creo que no me falta ninguno, pero no tengo la certeza de quién ha sido más canalla y más cerdo, porque ni siquiera proporcionan copia del acta del fusilamiento a su fusilado), les deseo las peores pesadillas por todo ello, y para siempre.

Pero aunque ciertas heridas no cicatricen nunca, ya han dejado de sangrar, así que sigamos recordando lo que, para bien o para mal, sí que está terminado, presentado y aprobado. Mi proyecto Fin de Carrera fue un complejo programa de simulación de generadores térmicos que conseguí terminar con bastante dignidad gracias a la generosidad de la primera empresa que me contrató seriamente, Unisys, la antigua Sperry-Univac, aunque antes ya había trabajado como traductor y negro literario o enciclopedista en Diorki y también había sido redactor en varias revistas técnicas desde segundo de carrera. Recuerdo una última anécdota con mi proyecto fin de carrera cuando se lo presenté a Blázquez, porque sorpresivamente sacó una regla y midió cuidadosamente los márgenes de las páginas que le estaba ofreciendo, y me dijo "Sr. Gallardo, estos márgenes no son los que se indican en las normas. Le faltan unos milímetros a la izquierda y le sobran otros a la derecha" a lo que yo le respondí que no había ningún problema porque lo había escrito con procesador de texto y que los podía volver a imprimir en láser aunque me había parecido mejor dejar un poco más de margen para encuadernar asimétricamente, a lo que él respondió "Así que con impresora láser, ¿eh?, bueno pues entonces, si le resulta tan fácil cambiarlo, ya no hace falta que cambie nada". El lector inteligente podrá apreciar toda la maldad de esa frase en las circunstancias en las que se pronunció.

Ésa era, y sigue siendo, la auténtica filosofía, o mejor dicho, la auténtica falta de Filosofía de la Escuela de Minas, en la que si no tienes padrino, te darán de comulgar hasta con ruedas de molino. Y yo nunca tuve ningún padrino en Ríos Rosas, ni en Alenza, o tal vez no soporté lo suficiente a alguno que quiso serlo y no pudo. Ahora puedo presumir de tener algunos enemigos allí y también presumo de haberme buscado deliberadamente la enemistad de algunos profesores repugnantes, no sólo porque no tienen ni idea, ni de lo que enseñan, ni de lo que deberían enseñar, sino porque pretenden impedir que quien sabe algo, tenga la oportunidad de que se note que lo sabe. El perverso sistema de habilitación vitalicia del profesorado universitario crea monstruos tan atrofiados que ya sólo sirven para atrofiar a los demás, y en la Escuela de Minas han sobrevivido unos cuantos, incorporándose últimamente otros tal vez peores aún que los que yo padecí. No creo que tengan ningún remedio porque cuando el nepotismo, las sectas y las mafietas toman el poder en alguna isla hiperinstitucionalizada, cualquier oposición es suicida si uno no se exilia pronto, porque los funcionarios docentes con formación exclusivamente técnica, saben muy poco, mandan demasiado, y en cuanto pueden se aprovechan zafiamente de todo el que tenga alguna ilusión por algo que dependa de la autoridad de alguno de ellos. Son causa perdida.

Es comprensible que, a primeros de los 90, yo estuviera muy desencantado de esa carrera y de cualquier ejercicio profesional relacionado con ella. Además, vivía bastante bien de la informática y podía permitirme algunos lujos intelectuales como estudiar Relaciones Internacionales o Criminología. Estuve dos años como asociado en el Departamento de Matemáticas de la Universidad de Alcalá de Henares y otros dos en el de Ingeniería de la Universidad Carlos III de Madrid, en las que preparé e impartí más de una docena de asignaturas diferentes, que eran, exactamente, la que ningún otro profesor quería preparar o impartir, y como profesor invitado conocí China y Argentina. El Consejo General del Poder Judicial me encargó la dirección de un curso y la coordinación de un libro colectivo sobre el "Ámbito Jurídico de las Tecnologías de la Información" en 1996, y ese mismo año, también desencantado con la docencia como asociado sin futuro, fundé mi modesta y servicial empresa especializada en prueba pericial y en ingeniería forense. En 1997 descubrí qué era, para qué valía y quién mandaba realmente en el Colegio de Ingenieros de Minas y también en el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas. Una auténtica vergüenza, yo diría que una gran humillación, para quien parecía que mandaba, Emilio Llorente, por aquel entonces. Para comprenderme, basta leer lo que desde 1991 mantengo publicado en http://www.cita.es/minas

Las expropiaciones de derechos mineros han dado lugar a grandísimas corrupciones. Yo las he denunciado al mismísimo Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), porque durante muchos años el abogado que controlaba por completo cuanto podía ser rentable o relevante en la colegiación minera, tenía todo tipo de intereses directos e indirectos en las expropiaciones por donde se fuera a construir una carretera, un aeropuerto, un ferrocarril, o donde se fueran a recalificar algunos terrenos en los que se hubiera registrado algún derecho minero por antiguo, ruinoso y absurdo que fuera. Si además, podía poner y ponía a los peritos supuestamente independientes e imparciales que a él le diera la gana, es fácil explicarse la grandísima fortuna acumulada por la influencia minera del despacho de abogados de Miguel Ángel Pérez Morales, quien dice ser "ingeniero de minas de honor" (parece ser que desciende de un antiguo Director General de Minas y Loterías), y su afortunadísimo hijo, Ignacio Pérez Cordero. Yo pagaría, y lo digo muy en serio, por saber todo lo que saben ambos angelitos de los arcángeles mineros Emilio Llorente, Francisco Michavila, Hermenegildo Mansilla y Alfonso Maldonado, y también de algún subarcángel como es el luminoso caso de Benjamín Calvo Pérez, y sus colecciones de gemas. Nunca han diferenciado bien entre la docencia y el negocio. Hay demasiados negocietes, y muy poca Ciencia, en esos edificios vetustos, y más aún en el de Alenza 1, y al lado, en el antiguo INITEC (por cierto, la compra/venta de ese edificio debería de ser explicada por Michavila, porque estaba en las dos partes de la transacción, ya que, si estoy bien informado, y lo he visto en el Registro Mercantil, fue también consejero de INITEC). El edificio de Cristobal Bordiú en el que pase varios miles de horas oscuras y tristes, y muy poquitos ratos interesantes, está en ruina, cerrado a cal y canto, simbolizando en una tragicómica representación la patológica gestión y la indolencia indiferente de sus responsables. Dudo mucho que algún día la Escuela de Minas se recupere de las acciones, y peores aún las omisiones de los últimos 5 directores  (Calvo, Maldonado, Mansilla, Michavila y Llorente) a los que, más para mal que para bien, conocí personalmente.

En la Escuela de Minas, al disponer de muchísimos profesores casi sin alumnos, utilizando recursos públicos para ganarse sobresueldos que llegan a ser espectaculares, se dedican a competir deselalmente, con empresas y profesionales que ejercen, con todo su derecho, libremente la profesión. Alguien debería de vigilar la descarada actividad, más propia de empresas y profesionales autónomos, de este entramado de laboratorios, y su descarada competencia desleal

Laboratorio Oficial de Ensayo de Materiales de Construcción (LOEMCO)
Laboratorio Oficial Madariaga (LOM)
Laboratorio Centralizado
Laboratorio de Productos Petrolíferos (LPP)
Laboratory of Biomolecular Stratigraphy (LEB) (sí, sí, ni lo traducen al castellano)
Laboratorio de Prospección (LPRO-UPM)
Laboratorio de Microscopía Aplicada y Análisis de Imagen (LABMIC)
Laboratorio de Innovación en Tecnologías de la Información (LITI)

Pero posiblemente, nunca nadie se atreva a denunciar lo que envidia, o lo que no envidia pero puede parecer envidiable, y ésa es la gran tragedia de la Escuela de Minas, en la que se suele confunde el éxito, más o menos discutible con la inmoralidad y la perversión, más indiscutibles. Si basta con llamar envidioso al que legítimamente critica para desacreditarle, marginarle y acallar las críticas, nada puede mejorar nunca. Y las críticas hacia la Escuela de Minas, hoy por hoy, sólo pueden hacerse bien desde fuera, con independencia y distancia, o en sueños electrónicos como éstos, en los que la pesadilla está protagonizada por funcionarios públicos con privilegios vitalicios que no dejan de hacer lo que se explica en http://www.cita.es/competencia/desleal

Lamentablemente, las cosas van a peor para la profesión y la imagen de los ingenieros de minas. Por una parte, irresponsables como Ramón Álvarez Rodríguez se permiten participar en pleitos privados como el que se referencia, incluyendo un vídeo de la comparecencia como perito de este exsubdirector autocontratado, muy descaradamente autocontratado, indignante incluso para la ya muy indignante Escuela de Minas.

La catástrofe de Aznalcóllar supuso un trauma colectivo para todos los ingenieros de minas, porque desde entonces somos presuntos contaminadores, sea cual sea nuestra dedicación. Y se ha perdido una oportunidad de, señalando a los auténticos y últimos culpables, que casi nunca son ingenieros, sino ricachones o aforados, reivindicar un lugar en el espacio socioeconómico para varias generaciones de ingenieros de minas, cada vez más cerca de la extinción. El peritaje de Ramón Álvarez Rodríguez por encargo de Boliden, Ernst Young y Garrigues debe estar contabilizado en el procedimiento concursal de Boliden en el único Juzgado de lo Mercantil de Sevilla, en el que me consta que aparece alguna factura de la Fundación Gómez Pardo. Una vergüenza inmoral que es también una competencia desleal en toda regla denunciada ante el Tribunal de Defensa de la Competencia, que tal vez algún día se decida a resolver procedimiento que yo inicié con el documento publicado en http://www.miguelgallardo.es/denuncia.pdf  y cuyo archivo recurrí en http://www.miguelgallardo.es/contencioso.pdf

Por otra parte, los representantes del Colegio de Ingenieros de Minas de Centro están como para dar lecciones de moralidad. Su representante en Valladolid, Maurilio Parrado Castro, es el protagonista, junto al Catedrático de Escuela Universitaria en Almadén, el intrépido José María Iraizoz, entre otras, de estas hazañas profesionales:

http://www.nortecastilla.es/pg060725/prensa/noticias/Valladolid/200607/25/VAL-VAL-005.html

http://www.nortecastilla.es/pg060725/prensa/noticias/Valladolid/200607/25/VAL-SUBARTICLE-006.html

http://www.celtiberia.net/lara/web/contenido.asp?iddoc=3

http://zaqueocanteras.com/link4.php?notic=1&idnot=55

http://noticias.ya.com/local/castilla-leon/24/07/2006/sentencia-juzgados-tribunales.html

Mi denuncia con una propuesta bien positiva y clara, está también con un vídeo, en http://www.miguelgallardo.es/incompatibilidad

El gran problema, que nunca merecerá una asignatura en la Escuela de Minas, es la deontología profesional. No se trata de que se promulgue un código deontológico especial para los ingenieros de minas, ni de que se contraten dictámenes y servicios de consultoría a los mejores Catedráticos de Ética, sino de que el que denuncia algo importante, aportando hechos y documentos, sobreviva y no sea tratado como un apestado por los capos afectados. Hay demasiada Sicilia profunda y muy poca Atenas en escuelas y colegios de Ingenieros de Minas, y así, es normal que ya no me extrañe nada de lo malo que sé que ocurre, y que sí me extrañe que no ocurran cosas peores aún, aunque también pienso que como estoy algo lejos y no dependo para nada de ninguno de los que mandan por allí, lo que ocurre es que no me entero, pero pasar, sí que pasan cosas terribles en la enseñanza y la colegiación, y peores aún entre la una y la otra cuando hay abogados de por medio.

Pero las hazañas de los abogados que han mandado demasiado en los Colegios de Ingenieros de Minas, y de ciertos colegiados con actividades escandalosamente incompatibles no es lo peor, ni lo más costoso, para la imagen o para la prosperidad de los ingenieros de minas. Catástrofes históricas como la de Boliden en Aznalcóllar, siniestros espeluznantes como el incendio de la en el que el máximo responsable de la seguridad era un ingeniero de minas que estaba de vacaciones (y que casualmente yo pude estudiar con cierta profundidad, casi tanta como la que escondió el actual director del CNI, Alberto Saiz, como puede verse pinchando en borrador), presuntos delitos tipicados en el artículo 308 del Código Penal en las subvenciones y ayudas a la minería, como es el especialísimo caso de La Camocha que desde hace años está dando vueltas, yendo y viniendo, entre un juzgado de instrucción de Gijón y la Audiencia Provincial de Oviedo con gravísimas acusaciones del Fiscal, corrupciones hidrológicas (ojalá que tenga éxito Transparency International en su próximo informe sobre la corrupción en el agua sobre la que un catedrático de hidrología con una empresa parasitando en la Escuela de Minas ha hecho y desecho a su antojo en varios acuíferos y pozos) o bastantes mamoneos eléctricos, y el mayor de todos, el grandísimo mamoneo de ENRESA, entre padres e hijos, maestros padrinos y discípulos archiprotegidos, por el que espero y deseo que algún día tengan que declarar bajo juramento, o mejor aún como imputados, varios de los profesores del Departamento de Matemática Aplicada y Métodos Informáticos (hasta el acrónimo DMAMI les cuadra bien para mamar y seguir mamando de ENRESA y de quien se les ponga por delante) que he mencionado con mis peores deseos para su malos sueños con pésimas pesadillas, en algún juzgado preferentemente de la Audiencia Nacional, si existe un solo fiscal honrado e informado de lo que han hecho posible ciertos mamones que aparecen en la lista de http://www.cita.es/enresa

A poco listo y decente que fuera un fiscal, bastaría el artículo 460 del Código Penal para fiscalizar muy bien tanto mamoneo, porque los que se presuponen líderes de la ingeniería de minas, no resisten un buen interrogatorio. Como criminólogo, sé que cuando no hay controles, el ejercicio del poder acaba por ser delictivo. Y no hay controles, puedo asegurar que no hay controles mínimamente operativos, en la Universidad Politécnica de Madrid sobre la Escuela de Minas, la más vieja e incorregible de todas las de la incorregible UPM sobre la que tampoco hay ningún control como no sea el de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid, o tal vez, el de la Fiscalía del Tribunal de Cuentas.

Las relaciones entre ENRESA y la Escuela de Minas, especialmente con el DMAMI que he conocido por varias fuentes, en lugares y momentos distantes y distintos, merecerían un capítulo aparte que, posiblemente cuando se decida dónde se ubicará el Almacenamiento Temporal Centralizado, me decida a escribir más. Antes, para no defraudar al lector, prefiero no dar más pistas.

De momento, todo este volcado de memoria en esta absolutamente libre y espontánea auditoría de mis sueños y pesadillas, me ha dejado como nuevo. Y de eso, y sólo de eso, era de lo que se trataba aquí. Por eso, como al viejo de Federico García Lorca en Así que pasen cinco años, me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una palabra verde, jugosa. Mana sin cesar hilitos de agua fría...

Ingeniero de Minas en www.miguelgallardo.es
www.cita.es Tel.: 902998352 (atención casi permanente), fax 902998379 E-mail: miguel@cita.es
Mi título de ingeniero de minas está escaneado en http://www.miguelgallardo.es/ingeniero.pdf